Un lunes, antes de partir hacia Milán, nos enteramos de que íbamos a ser padres. Ana se hizo un test de embarazo que pensábamos que daría negativo, porque, ¿qué posibilidades había de quedar embarazada en el primer intento, no? Pero ahí estaban, dos rayas violetas que se marcaban cada vez más, como para no dejar lugar a dudas.
Hicimos todo el viaje riéndonos y preguntándonos si era cierto. Por momentos nos olvidábamos del asunto, solo para recordarlo y volver a reir. Pasando por un tunel le hice escuchar «Luz celeste» de Rescate a Ana, una canción que habla sobre los sentimientos de un padre, y a pesar de haberla escuchado miles de veces antes, esta vez me puso la piel de gallina. La ficha iba cayendo de a poco.
Ya en Milán, después de unos trámites, tuvimos el impulso de ir a comprar ropa de bebé. Sabíamos que era demasiado pronto, pero no lo pensamos demasiado. Quizás fue una forma de prepararnos para lo que vendría, o de sentirnos más cerca de nuestro bebé. Quizás sólo estábamos demasiado entusiasmados e imaginar a nuestro bebé llenando esa ropa miniatura nos calmó un poco. No sé, seguramente fue una mezcla de todo.
Antes de volver, nos sentamos a tomar una coca en un banquito del Duomo de Milán. Mirando esa plaza llena de gente, recordé que el año pasado nos habíamos sentado en ese exacto mismo lugar, preocupados y estresados, sin saber cómo íbamos a resolver la situación en la que estábamos. Es impresionante cómo Dios puede dar vuelta una situación. Ahora volvíamos al mismo lugar en una posición totalmente distinta, y con un bebé en camino. Dios había sido bueno con nosotros.
En ese lugar, Ana tuvo la idea de hacernos una foto abrazados, sosteniendo un papel, que luego editaríamos con una ecografía del bebé. Unas semanas después íbamos a lograr esta imagen que combina el día en que supimos del embarazo, con la primera foto de nuestro hijo. Bello, giusto?
Durante el viaje de vuelta a casa, nos la pasamos hablando de cómo íbamos a contarle a nuestras familias y reflexionando un poco sobre todo. Nos volaba la cabeza pensar que nuestro hijo pudiera ser del tamaño de un arroz, pero aún así ya tener un alma. Por supuesto, rodaron algunas lagrimas mientras pensábamos estas cosas.
Qué día tan especial cuando supimos que todo había cambiado para siempre.