Ayer vendí el primer auto que pudimos comprar acá en Italia. Era un Golf 5 del 2001 que le compramos a un árabe que vivía a la vuelta de casa. Lo habíamos pagado bastante caro para el estado en el que estaba, pero en ese momento fue la mejor opción que tuvimos. Vivimos en un valle montañoso donde no tener auto no es una alternativa viable, y menos cuando llega el crudo invierno.
Hasta entonces nos la habíamos arreglado durante los meses del verano con una moto 110 japonesa que nos regaló un vecino. Fue un gesto que prácticamente nos salvó la vida y nos permitió disfrutar el valle de una manera única. Antes de eso andábamos en una bici eléctrica que habíamos comprado por Amazon, y que finalmente tuvimos que vender para comprar el auto. También usamos bastante el trencito que pasa por todo el valle para unir Italia y Suiza, que es muy lindo, pero poco práctico. Y, por supuesto, también caminábamos. Caminábamos muchísimo.
Hoy tenemos un auto más moderno, grande y espacioso, que vamos a terminar de pagar quién sabe cuándo. El Golf estuvo un par de meses parado, y ayer se lo entregué a otro argentino. Pero me gusta recordar que siempre fuimos muy agradecidos por ese auto que nos llevó a tantos lugares. Fue realmente una bendición.
Ahora quisiera planear un viaje largo, recorrer Italia, llegar a algún pueblo medieval medio perdido, quizás encontrar la otra mitad de mi familia, la que se quedó acá hace más de un siglo cuando mi bisabuelo emigró a la Argentina.
Pero mientras tanto, acá estamos. La moto aún no ha encontrado nuevo dueño, así que este verano espero volver a sentir el viento en la cara mientras me muevo por el valle, como cuando llegamos.