Hace un mes que llegamos al invierno italiano.

Estamos en una casa sencilla, en un lugar demasiado tranquilo, al costado de la ruta y rodeados de montañas. Tenemos vecinos con chalets pintorescos, y nuestro patio tiene viñedos y olivares. Además, si caminamos un poco, llegamos al mar.

La gente nos dice que hace mucho frío pero que el verano acá es increíble. No sé, nosotros estamos encantados.

Nuestro «barrio» en Ortona.

Estamos viviendo en una frazione de Ortona, en la región del Abruzzo.

No podíamos haber llegado a un mejor lugar después del estrés y el sacudón emocional que fueron las últimas semanas antes del viaje, en las que tuvimos que reubicar ropa, muebles, electrodomésticos, vehículos, hacer trámites, declaraciones juradas, terminar trabajos, y muchas otras cosas.

Nos vino bien un poco de paz.

Ciclovía que une varias ciudades, a pocos metros del mar adriático e inmersa en la naturaleza abruzzense.

Pero aunque estamos en esa etapa en que todo es fantástico, no vinimos a Italia a vacacionar, o al menos no por ahora. Estamos acá para tramitar el reconocimiento de la ciudadanía italiana, una meta que me tracé hace más de cinco años y que hoy es un sueño compartido con Ana Paula.

Así que más allá de todo lo lindo, nuestro objetivo ahora es sortear la burocracia italiana y avanzar con los trámites.

Orsogna, un pueblo cercano.

Durante diciembre logramos hacer la dichiarazione di presenza, el codice fiscale, y la famosa asseverazione de las traducciones. Y en estos días también esperamos resolver uno de los pasos más importantes: fijar residencia.

Con Ana Paula vinimos preparados para hacer todo esto: tomamos clases de italiano, leímos cientos de experiencias de otras personas, averiguamos, investigamos y demás. Pero por supuesto, hubo cosas que se salieron del libreto.

Aún así, todo está bueno para aprender y ganar experiencias.

Sólo quienes tienen en mente el resultado final pueden disfrutar de las complicaciones del proceso.

También tengo que decir que mucho de lo que pudimos hacer se lo debemos a los argentinos que ya están instalados acá.

Decir que han sido serviciales con nosotros sería poco, porque hicieron mucho más que ayudarnos con los trámites. Pienso que, más allá de la calidad de personas que son, también tiene que ver con que alguna vez ellos estuvieron en la misma situación que nosotros.

Por eso, con Ana Paula ya resolvimos devolver un poco de lo que recibimos y tender una mano a los que vengan detrás nuestro.

Un cajón de manzanas cosechado en nuestra casa.

Respecto a los italianos, tengo que decir que pensaba que nos íbamos a encontrar con algo de xenofobia, pero hasta ahora no tuvimos el gusto. De hecho, nos sorprende la amabilidad con la que todos nos tratan, con alguna que otra excepción, por supuesto.

Ver a los argentinos e italianos con los que nos topamos hasta ahora me hace pensar que esa es la verdadera «mano de Dios», la que actúa a través de las personas incluso cuando ellas mismas no lo sepan.

Definitivamente, la gente en este lugar es algo más por lo que estar agradecidos.

Mientras escribía estas líneas, recordé que a pocos días de haber llegado una señora nos preguntó qué pensábamos hacer después de obtener la ciudadanía italiana. Mi respuesta fue:

Dopo la cittadinanza non so, cominciare una nuova vita.

Creo que fue la primera vez que pude articular una frase de manera más o menos natural en italiano, y fue para decir algo que aunque suene tonto, en ese momento, sentí que era algo más profundo.

Porque mientras lo decía vi que estábamos en la casa de una pareja de ancianos, a once mil kilómetros de nuestras familias, pidiendo ayuda porque nos habíamos perdido de noche y bajo una lluvia torrencial, y entendí que estábamos muy lejos de casa, en efecto, empezando de nuevo.

No es que no lo supiera ya, pero hay una diferencia entre saber algo y entenderlo.

Momentos así le dan sentido a las palabras de Clarita, mi sobrina de cuatro años, que dice que nos fuimos a una aventura. Un cliché dicho con total inocencia, pero aún así la mejor definición.

Navidad en Ortona.

En fin, estamos en Italia. Los paisajes son hermosos, las casas tienen estilo, los lugares tienen historia, el idioma tiene melodía. Estamos en la región del Abruzzo, donde se producen los mejores vinos y el mejor aceite del mundo, donde se habla el dialetto abruzzese, y el ciclismo levanta más pasiones que el fútbol. Estamos iniciando un nuevo camino, y todavía tenemos mucho por delante.

No sabemos qué prepara Dios para nosotros, pero vamos piano piano, disfrutando cada día.