Hoy se fue Canela, la perrita de mi mamá. Cuando salimos del veterinario la vi tan débil y fragil que supe que le quedaba poco tiempo.
Ya no iba a resurgir como lo había hecho la última vez que estuvo a punto de morir. Aquella vez pensamos que la perdíamos, pero milagrosamente se repuso para regalarle un año y medio más de amistad a mi mamá. Fue una linda despedida: en el último tramo de su vida volvió a ser mimosa, cariñosa, tierna, como cuando era una cachorrita y andaba para todos lados con Daniel y mi vieja en el auto.
Pero pasó el tiempo, y esta vez no hubo vuelta atrás.
Con mi mamá y mi hermano improvisamos una pequeña ceremonia y la enterramos en una caja. Arriba dejamos un ramo de flores que armó mi hermano, y antes de entrar hicimos una oración.
Para mis adentros recordé el velorio que le hicieron a un pajarito en una de mis series favoritas, y pensé que si hubiera podido despedirme de Canela le hubiera dicho que primero fue una perra tierna, después fue mandona, después cascarrabia y por último volvió a ser alegre. Que le agradecía por haberle hecho compañía a mi mamá tantos años. Que nos hizo bien y la vamos a extrañar.

Más tarde Ana Paula me decía que le gustaba pensar que los perros y gatos y otras mascotas también van al cielo, que quizás ya están allá junto a nuestros familiares, y algún día los vamos a volver a ver. Aunque es imposible saberlo, a mí también me gusta esa idea.
Cuando me desperté de la siesta tenía un mensaje de mi mamá:
«Todo tiene su tiempo. Hubo un tiempo para disfrutarla y hoy un tiempo para extrañarla. El domingo Clarita la alzaba y la llevaba. No le faltó el cariño de nadie. Gracias por comprenderme, porque Cane era casi como una hijita para mí y para Dani».