Finalmente ayer se legalizó el aborto en Argentina.
Durante este período de debate he sido empático con quienes no piensan como yo, y me he cuestionado muchas veces mi propia postura —después de todo, creo que de eso se trata la famosa deconstrucción—. Pero aún así, siempre vuelvo a lo mismo: legalizar el aborto es legalizar el asesinato de un bebé en gestación y, salvo situaciones en las que peligre una de las dos vidas, no existe ningún justificativo para apoyar esto.
Mientras el aborto se legalizaba, en Argentina se perpetraba una nueva estafa a los jubilados. Y en paralelo, un juez autorizaba a Cristina Kirchner a cobrar dos pensiones millonarias, con intereses retroactivos y sin pagar el impuesto a las ganancias que pagamos el resto de los trabajadores. Ninguna de estas dos cosas indignó a quienes hoy festejan el nuevo «derecho» adquirido. «Hoy la Argentina es un poco más justa», miente el presidente.
El 2020 se va dejando el país sumido en una crisis sin precedentes: 50% de pobreza, 40 mil muertos por covid, 90 mil comercios cerrados, un millón y medio de chicos que abandonan el sistema educativo, jubilados estafados nuevamente, y una inseguridad galopante.
En este contexto oscuro, la alegría del presidente y algunos otros es legalizar la muerte de bebés por nacer.
Esta situación nos duele en el corazón, pero seguimos acá.
Aunque estemos pasando por dificultades, no nos desanimamos. Tenemos preocupaciones, pero no perdemos la calma. La gente nos persigue, pero sepan esto: Dios no nos abandona. Por eso, aunque nos hagan caer, no nos destruyen.