A dos cuadras y media de donde trabajo hay un supermercado chino. Se llama La Gran Muralla. Las primeras veces que fui me llamó la atención la chinita que me cobraba en la caja: parecía de unos 17 o 18 años, y era como linda, pero me costaría explicar por qué. Después no la vi más. Me intriga un poco saber qué le pasó, si sus padres la habían traído a Argentina contra su voluntad, si se quería ir, si la hicieron volver.
Después, durante un buen tiempo, cada vez que iba me atendía algún chino distinto de la familia. Es decir, creo que son una familia. El único que no me atendió nunca es el viejito que parece ser el capo máximo: ese estaba siempre sentado afuera, de piernas cruzadas, con alguna camisa hawaiana medio desprendida, hablando por Nextel, con un aire Yakuza. La mujer del capo tampoco me atendió muchas veces. Siempre la veo corriendo —literalmente corriendo— por los pasillos, acomodando mercadería. Cuando la veo llevar y traer cajas sus movimientos me recuerdan un poco a esas películas asiáticas de terror, como El ojo, La llamada, El grito, donde los cadáveres se retuercen de una manera impresionante. Los que sí atendían la caja eran dos o tres chicos más jóvenes, de los que ahora solo queda uno. Y al capo máximo hace unos meses que no lo veo. El personal va rotando.
Ahora trajeron a una nueva chica que no me termina de caer bien: cuando me pide que le pague con el cambio justo me arroja unos gritos casi violentos. Y además, cuando no tiene cambio para entregar me grita «¡chicle, chicle!» o directamente me da unos caramelos, sin dejarme alternativa. Hay veces en que la agarro leyendo un libro para aprender español, y puedo notar que progresó bastante, aunque todavía le falta: hay viejitas que le hablan de sus nietos mientras pagan y ella simplemente asiente y dice «sí, sí». Yo creo que no les entiende nada.
Paso por La Gran Muralla casi todos los días. Llevo yogur, o una lata de atún, para comer al mediodía en la oficina. Y cuando pago veo que tienen un maneki neko —que es japonés— sobre el mostrador, invitándote a que sigas comprando, o a que vuelvas. Vaya uno a saber, son un misterio.
Publicado el 3 de junio de 2013 en algún viejo blog.