De nuestros días en Milán me quedaron pocas fotos lindas. Estaba más concentrado en resolver cuestiones como el trabajo y la vivienda que en disfrutar la ciudad como un turista. Fueron días vertiginosos en los que hice muchas entrevistas de trabajo, busqué alquiler y dormí en un par de lugares medio turbios.

Por momentos, mientras viajaba en metro, sentía que me encantaba ese estilo de vida urbano y caótico, desayunar con Ana Paula en el McDonalds, subirme a los tram, trenes y buses, tener que hablar bastante seguido en inglés. Me gustó comprarme una camisa, ponermela en la calle cinco minutos antes de una entrevista laboral, y aún así obtener el trabajo. Parecía que la metrópolis era una tierra de oportunidades.

Pero por otro lado, qué quilombo era Milán. Una urbanización voráz, violenta y desprolija, con sólo un trece por ciento de espacios verdes y varios barrios turbulentos. Al final todo se complicó y decidimos irnos más al norte, hacia espacios más abiertos y naturales. Estas experiencias también te hacen ver qué es lo que realmente querés.

Ahora vivimos donde la gente de Milán viene a descansar de la ciudad. Estamos en paz, aunque siempre me va a quedar la duda de cómo nos hubiera ido si nos quedábamos.