Foto con Ulises en Córdoba, año 2003
Ana Paula me avisa que falleció Ulises. No puede ser cierto. Miro su celular y sí, lo es. Trato de seguir durmiendo, pero ya no voy a poder hacerlo. Me levanto, voy al baño y me siento en el inodoro, sintiéndome raro: lejos de casa, estresado por el trabajo, mal dormido. Se me caen unas lágrimas. Vuelvo a la cama, pero un par de horas después ya estoy yéndome al trabajo.
La mañana se hace eterna. En Argentina, mi prima está internada y a punto de ser operada de urgencia, y a mi mamá le harán una cirugía mañana. Todo va a salir bien, pero yo estoy lejos y no puedo hacer nada por nadie. Le pregunto a un compañero cuánto falta para irnos, y me responde «Sei stanco, vero? Eh, lo so, lo so».
Vuelvo a casa y nos tiramos en la cama a charlar con Ana. Todavía no podemos creer que Ulises se haya ido. Intercambiamos anécdotas, y ella llora un poco al recordar algunos momentos. Le cuento que Rescate me dio algo invaluable durante una adolescencia en la que me sentía un poco fuera de lugar. No disfrutaba de salir, drogarme o hacerme el picante; en cambio, encontraba consuelo en esa música. Era algo más profundo que lo que escuchaban los chicos de mi edad. Cada canción contenía un mensaje que diez, quince, veinte años después iba a seguir recordando y que de alguna manera influenciaría mi vida.
Esa madrugada se me mezclan pensamientos sobre la vida, la muerte, Ulises, mi familia, Rescate, Argentina e Italia. Siento que no puedo controlar mi cabeza. Me descompongo del cansancio y el estrés, y solo quiero que este día termine. Ana Paula, con la paciencia de enfermera, me asiste hasta que finalmente me duermo.
Mi hermano me manda un audio contándome el día que compró ese casete de Rescate buscando algo que sonara como Petra. Yo también estuve recordando cuando llegó a casa ese segundo CD blanco, y cómo corrí a ponerlo a todo volumen durante alguna madrugada de los 90. De repente, la voz de Ulises llenaba la casa preguntando “¿Qué pasaría?”. Pienso en la vez que fui a verlos tocar No es cuestión de suerte en San Nicolás; no éramos más de 80 personas, y la mayoría estaba ahí solo porque después tocaba La Mosca. Recuerdo los demás recitales en Rosario y Córdoba, la vez que mi hermano se cruzó a Ulises en una carrera, los veranos eternos con amigos en los que sacábamos sus canciones en guitarra, o aquella charla en un taller donde, en pleno escenario, se le escapó un insulto.
Pasan tres semanas y sigo pensando en estas cosas. Siguen viniendo a mi cabeza letras y melodías, sobre todo de esos primeros discos. En estos días, cuando Ana Paula y yo tenemos que tomar decisiones clave para nuestras vidas, pienso en esas viejas letras:
Dejenme explicar que mi Dios es mucho más grande y más seguro que el dólar. Nada me preocupa. Y si Dios es por mí, dime, ¿quién me hace la contra? Le prometió a sus hijos que no les faltaría el pan. Somos sus hijos.
Y en esta tempestad, con toda la maldad en que vivo. No me moveré, en Dios confiaré y estoy tranquilo. Bien tranquilo.
Feliz y tristemente, llegó ese día del que hablaba Ulises cuando cantaba: «pero sé que un día no me encontraré aquí, me iré al cielo, con Cristo, donde moraré sin fin».
Mi querido Ulises, que ni siquiera me conocía, pero yo admiraba tanto.
Lo voy a extrañar.