Residencia en Orsogna

Nota: Si estás buscando comuna para realizar la ciudadanía, podés leer este artículo donde explico por qué no recomiendo la comuna donde la hice yo.

Como ya he comentado, encontrar lugar para fijar residencia fue algo complicado, pero alla fine lo logramos. Unos días después presentamos el formulario de hospitalidad en la comuna, y quedamos a la espera de la visita del policía municipal, AKA, el vigile.

El problema

Sabíamos que el vigile era una persona bastante «complicada», por ponerlo en términos suaves. No solo era conocido su mal caracter en el pueblo, sino que además tenía un problema personal con los inmigrantes que querían tramitar su ciudadanía italiana.

A decir verdad, su problema era el mismo que tienen muchas autoridades y empleados públicos a lo largo y ancho de Italia: sucede que una gran cantidad de inmigrantes con derecho a la ciudadanía llegan al país, hacen trabajar a los distintos organismos prácticamente de manera gratuita, no generan virtualmente ningún ingreso de dinero al Estado italiano, y después con los papeles en mano se van a vivir y trabajar a España o cualquier otro país europeo.

Este vigile no era el primer ni el último italiano en detestar que alguien pueda usar su localidad como puerta de entrada a Europa. Por eso, los demás argentinos nos habían aconsejado que cuando hablemos con él le digamos que teníamos intenciones de quedarnos a vivir y trabajar acá.

También sabíamos que por cuestiones pandémicas, el vigile no iba a pasar por el domicilio declarado para corroborar nuestra estadía, sino que nos iba a citar a su oficina.

Interrogatorio

Una semana después, tras encontrar una llamada perdida de la comuna, nos presentamos en la oficina del vigile para saber si quería hablar con nosotros, darnos un turno para la entrevista, o qué.

Cuando nos presentamos, sacó unos papeles y me entrevistó allí mismo, mientras Ana Paula esperaba afuera. Jamás me voy a olvidar de la conversación que tuve con ese sujeto.

En líneas generales, comenzó preguntándome por qué había elegido ese pueblo para vivir. Le dije que quería comenzar una nueva vida en Italia. Me preguntó por qué en Orsogna. Le dije que tenía amigos ahí. Me dijo que no era un buen motivo, y me preguntó de qué trabajábamos Ana Paula y yo para después decirme que no había trabajo de nuestros oficios.

Guardiagrele

Cada pregunta la hacía con el tono de un policía enojado interrogando a un delincuente en una cámara Gesell. Por momentos vociferaba alguna frase acusatoria que no requería una respuesta, y se quedaba mirándome en silencio y con el ceño fruncido, esperando que responda algo.

Levantaba la voz, se enojaba solo. Me dijo que «todos los que hacen la ciudadanía en Orsogna dicen que quieren quedarse a vivir acá y después de un par de meses se van para otro lado». Le dije que no era nuestra intención. Me dijo que todos decían lo mismo.

Después hizo pasar a Ana Paula y le preguntó algunas cosas más. No nos perdonó ni un solo error gramatical, nos marcó cada pifie de nuestro italiano, que era aún más básico que el de hoy.

Benvenuti

Después relajó el ceño, y mientras fotocopiaba nuestros pasaportes, comenzó a monologar sobre el pueblo y el país en general.

«Orsogna es un lugar lindo para vivir, sólo es cuestión de acostumbrarse al estilo de vida del lugar». Decía que lo correcto es quedarse, trabajar, y pagar impuestos.

Después se sentó, nos devolvió los papeles, y prosiguió su disertación explicando que Italia ya no es lo mismo que hace veinte años, que ahora las cosas están bastante mal y escasea mucho el trabajo. Decía que si tenés la suerte de tener un puesto fijo en un lugar público —como él— podés estar bastante bien, pero si no, es difícil.

Acto seguido, cerró la exposición abruptamente con un benvenuti ad Orsogna, y nos hizo irnos.

Ciudadanía

Cuando salimos ni siquiera procesamos el mal trato que acababamos de recibir; estábamos demasiado contentos con haber podido fijar la residencia.

Enseguida fuimos a la oficina de Protocolo y le dimos ingreso a la carpeta de ciudadanía. Según varios grupos, había que esperar unos días, pero nosotros pudimos hacerlo en el acto.

Cuando terminamos, salimos a la calle y respiramos una sensación hermosa de alivio y satisfacción: habíamos iniciado el último paso.

Nota

Hoy, un tiempo después de haber recibido un pequeño destrato de parte de un vigile, hago el ejercicio de ponerme en el lugar de los italianos que se enojan con los inmigrantes que hacen la ciudadanía y se van, y un poco los entiendo. Pero lamentablemente son las reglas del juego.

Quizás muchos italianos no sepan que Argentina recibió miles y miles de inmigrantes italianos a lo largo de los años. Algunos de ellos llegaron escapando de la guerra y sus secuelas, y otros —como mi bisabuelo— escapando del hambre y la pobreza. Argentina siempre tuvo los brazos abiertos para ellos.

Varias generaciones después, algunos volvemos al viejo continente a reclamar lo que es nuestro por derecho.

Como ven, en esta historia un simple empleado público sin poder, como este vigile, no tiene otro papel más que el de generar una anécdota para reirnos algún día.

Por otro lado, si después el flamante ciudadano italiano quiere hacer uso de su derecho de emigrar a otro Estado miembro de la Unión Europea, ese es otro tema al que no hay nada que hacerle.

En nuestro caso, mientras hacíamos todos estos trámites todavía no teníamos idea de adónde íbamos a ir.

Hoy se nos ocurren algunas cosas, pero no me quiero adelantar.